La respiración del cuerpo galopante. La incisión y el cuchillo.
Los espejos y el cuerpo. La dulce tentación. El hartazgo. El escribir como
forma de inaugurar el presente. Hacerle frente. Dar la cara es la única forma
de sobrevivir. Cautela, me dicen en sueños. Clarice Lispector murmura desde el
silencio diurno y con la debilidad de su voz ausente: “He llegado a la
conclusión de que escribir es lo que más deseo en el mundo, incluso más que el
amor”. Pero de mi parte no hay respuesta. Me inclino sobre el papel blanquísimo
para escribir al tacto. Indefinidamente. Y el cuerpo ruge, y el milagro de la
escritura se hace al fin presente. Gracias Lispector de mi alma.
Alborada
i qué habrá sido del hombre que me mordió la boca hasta sangrarme ii no sé mi nombre de memoria porque siempre me olvido aquél que tiene olor a infancia iii soy una mujer dolida sin nombre me contemplo ante el espejo y ambos nos descubrimos huérfanos iv he caminado por los jardines más esplendorosos pero nunca como esa mañana en que vos y yo conocimos la ternura. v te vi y algo en mí te pronunció bajito vi tu nombre me recorre el cuerpo tu cuerpo me recorre el nombre vii mi palabra es un gran árbol que echó raíces en tu nombre
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Saludos.