Caracas, 20 de julio
Etiquetar los recuerdos con diferentes aromas,
principalmente de aquel hotel donde trabajaba mi abuelo paterno. Una vez
en la vida volví a sentirlo, en otro lado, ya ni recuerdo dónde ni en
qué circunstancia. Guardarlo en la piel. Creer que en ese instante del
recuerdo algo se hace presencia y nos invade. La infancia que vuelve,
que atormenta, que obliga a recordar, a revivir el espacio amado.
Descorchar
un vino blanco, aunque no sea mi preferido, y devolverle a esta noche
algo de gracia, y arrebatarle ese sentido insípido que suelen tener los
viernes por la noche.
Dilucidar si el río que contemplé anoche en
mi sueño es una barca que me traslade a otra orilla. Que me
permita comprender que el agua mansa me acurruca en sueños, dulcemente. Y
yo me dejo. A Dios gracias el cuerpo sobrevive.
Escribir aunque ya no exista una verdadera vocación.
Sin fin
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